Mi nombre es Javier. Soy maestro rural, idealista… asesino. No puedo decirlo de otra manera.
Cuando viajé a la capital, jamás imaginé que mis sueños de superación y ambición por conocer otra forma de vida, me llevarían a cometer uno de los actos más atroces de mi existencia.
Nací y crecí en la provincia de Sinaloa, México, sin más aspiraciones que ayudar a mis padres y a mis tres hermanos.
Cuando ingresé a la escuela para maestros rurales, mi visón de la vida era tan reducido, que me bastaba imaginar ayudar a los niños a leer y escribir, y de ser posible, integrarlos al crecimiento de aquellas zonas tan pobres y olvidadas.
Diez años después me dieron la noticia de acceder a una plaza en una escuela primaria estatal. El día que tomé el trabajo me sentía muy nervioso, emocionado. Mirar a aquellos niños mejor vestidos, limpios, rozagantes, fue para mí como mirar dos mundo opuestos. Sin embargo, con el paso de los días la realidad se comenzó a convertir en cotidianeidad, más no por ello dejé de asombrarme de la forma de pensar de la gente en la capital.
Una tarde que tomaba mis alimentos, la figura desgarbada de un muchacho llamó mi atención. Se sentó en una mesa justo enfrente de mí. Iba acompañado de otro jovencito similar en edad. Yo lo miraba con atención queriendo recordar su rostro, pues me parecía conocido. De pronto, un recuerdo sacudió mi memoria. Era Juan, seguro que era él. De inmediato me acerqué y le dije con admiración: «¡Juanito, ¿Cómo estás? ¿Te acuerdas de mí?». Su rostro se alteró. Mostrándose perturbado, me ignoró esquivando mi mirada. Sin meditarlo, me senté a su mesa. De inmediato su compañero se puso de pie y sacó una arma apuntándome directo a la cabeza. Sorprendido, quedé paralizado. Me siguió amenazando con la pistola, ordenándome que me largara de allí. Aturdido, dejé un par de billetes en mi mesa y me alejé.
Esa noche no pude dormir. Una confusión brutal inundaba mi mente. «Segurito que es Juan», decía a mis adentros. En mis cavilaciones llegaba el recuerdo de un niño de una inteligencia asombrosa, de esos que llaman de mente fotográfica. Recuerdo que era capaz de mirar un paisaje por unos minutos, para después, dibujarlo con una precisión asombrosa, con detalles y proporciones extraordinarias. Lamentablemente padecía de un trastorno grave parecido al autismo, pues se ocultaba en su mundo insondable, y sólo él decidía quién podía ingresar en éste.
Tres días después del incidente, cuando estaba a punto dormir, resonaron fuertes llamados a mi puerta. Al abrir, un joven me lanzó al interior de forma intempestiva. Era Juanito. «¿Qué pasa…?», expresé asustado. «¡Profe, váyase por favor, su vida corre peligro!». «¿Eres tú, verdad? ¡Eres Juanito! ¿Qué pasa, hijo, ¿en qué líos andas metido?», expresé sumamente preocupado. «No tengo tiempo de explicaciones, se lo ruego, váyase de la capital, porque… no respondo.», dijo atropelladamente, para luego salir en azarosa huída.
Estúpidamente, cometí el error más grande de mi vida, pues al intentar alcanzarlo, calles adelante un par de mozalbetes me sujetaron con violencia. «¡Oigan, esto es un atropello…», grité lleno de pánico.
«¡Cállate, cabrón o aquí te carga la chingada!», dijo el más grande. Tras inútil lucha por liberarme, el otro me sujetó de ambas manos por la espalda, sometiéndome finalmente. «¡A ver, pinche putito! ¿Qué te traes con el Juan?», exclamó inquiriente, apuntándome con su arma en plena frente.
«¿Quiénes son ustedes», les refutaba. «¡Sólo contesta, cabrón», exclamó enfurecido.
Como auténtico cobarde, solté en llanto imaginando lo peor. Juan debía andar metido en asuntos del bajo mundo. Entre las ideas que se colapsaban en mi cabeza, les suplicaba que lo dejaran en paz, que era un joven súper dotado con una memoria privilegiada, que merecía otra forma de vida, otra oportunidad que andar de asesino a sueldo o qué sé yo.
Nada más me escuchaban con atención. Parecía una confesión estúpida e inapropiada, pues me miraban con extrema agudeza. «¿Así que el cabrón es un geniecito con cabeza fotográfica? No, pos… ya se los cargó la chingada a los dos», dijo con sonrisa sardónica.
Al sentir mi vida amenazada de muerte, con fuerza inimaginada logré soltarme de una mano, le arrebaté la pistola al mayor y le metí un tiro en pleno ojo derecho. De inmediato giré y amenacé al otro, quien levantó las manos en señal de rendición.
No supe cómo, pero llegué a casa con el corazón a punto de estallarme. No pude dormir. En ocasiones creo que debí haber muerto esa misma noche.
A la mañana siguiente, trastornado en extremo y dolorido de todo el cuerpo, como autómata salí rumbo a la escuela. A mi paso, una multitud de curiosos se arremolinaba en el otro costado de la acera. Señalaban con frialdad a una víctima. Un presentimiento congeló mi sangré. «¡Era narco! ¡Pobre pendejo!», dijo un muchacho que parecía conocerlo. Me acerqué y le dije con voz entrecortada por el llanto: «No, no es narco, se llama Juan.»
Alejandro Mendoza Furner
Fotografía cortesía de Gustavo Osmar Santos
Alejandro:
ResponderEliminarEstoy sumamente aterrado de leer tu relato. No es un cuento, es la pura neta. Cada vez mueren más jóvenes en México, víctimas del narcotráfico, pues se enrolan en sus filas.
Amazing tale. Sometimes the reality is worse than story presented here. The narrative is hard but reflects the cruel truth.
ResponderEliminarPara Alejandro, mi más sincero reconocimiento. Para Gustavo, mi admiración por captar la magia de la calle. Para ambos, un reconocimiento merecido por el gran valor de la historia presentada.
ResponderEliminarImpresionante. Dramático. Real.
ResponderEliminarNo es ficción, es una realidad lacerante que nos averguenza y lastima enormemente.
Impressive and beautiful tale turn. Communicates energy and depth. The narratives are corect and well structured.
ResponderEliminarMarvellous tale. It is amazing the weakness of the man that prefer that way of life.
ResponderEliminarMuy conmovedora historia. Yo también soy maestro rural, y efectivamente, siempre hay un niño especial, sobresaliente.
ResponderEliminarMe sumo al dolor que nos causa como pueblo mexicano, la lamentable realidad que nos toca vivir. Espero sinceramente que esto cambie para jamás volver.
¡Extremadamente real!
ResponderEliminarTan sencilo como mirar al interior de los jóvenes del mundo acual. Son comprados a cambio de muy poco, pues consideran que jamás lograrán tener lo que el mudo de la delincuencia les ofrece.
¡Terrorífica historia! Lo peor es que están hablando de mi país.
ResponderEliminarEn efecto, la juventud es la víctima inocente de este teatro. Su falta de apoyo moral, amor de sus padres, reconocimiento en sociedad, los está orillando a comprometer sus vidas a cambio de lo que nunca tendrán jamás siguiendo un camino honesto.
ResponderEliminarLamentable, muy lamentable.
I am appalled by the contents of this report. When a young man changes a clean and safe destination for a fictitious life and criminal, society loses even ally.
ResponderEliminarI live in Mexico five years ago. Unfortunately, this tale is real. The actual youth is loosing values and moral. It is necesary to take advance about it. There are many ways to solve it.
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